Inesperado

Mi querido amor,

han pasado veinte años desde tu partida. Nunca imaginé que la vida podría llegar a reunirnos de nuevo, cuando ya todo parecía perdido. 

Desde la infancia, tú y yo estuvimos profundamente unidos. Para mí, eras mi compañero de juegos, mi confidente, mi primer amor. Cuando la enfermedad te arrancó de mi lado, mi corazón se marchitó 
lentamente. 

Durante años, te añoré con cada aliento, deseando volver a ver tu rostro y escuchar tu risa una vez más. Sin embargo, hace unos meses, el milagro se hizo realidad. 

Una mañana, al despertar, sentí tu presencia a mi lado como en los viejos tiempos. Pude ver tu sonrisa otra vez, acariciar tus manos y recostarme en tu pecho. Sabía que era imposible, pero me rehusaba a cuestionar ese prodigio. Disfruté cada segundo de tu compañía, embriagándome de ti después de 
tanto tiempo. Pero de alguna forma sentía que algo había cambiado, una melancolía al fondo de tus ojos que presagiaba una inevitable despedida. 

Ahora entiendo el significado de tu regreso, tan fugaz como bendito. Volviste por un instante para darme el regalo más grande. En los pocos días de tu visita, sembraste dentro de mí la vida que ahora crece en mi vientre. Tu alma y la mía se han fusionado por siempre en este pequeño ser. 

Aunque te hayas marchado, vivirás en mí cada día. Ya no le temo a la muerte, pues sé que nada podrá romper el lazo que une a dos almas que se aman. 

Siempre tuya,

Úrsula.

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