Crítica de En agosto nos vemos de Gabriel García Márquez

En agosto nos vemos, de Gabriel García Márquez | Foto: Random House

 

Crítica de En agosto nos vemos de Gabriel García Márquez

Por Abril García

Pocas expectativas pueden ser más exigentes que las que se imponen a una obra póstuma de Gabriel García Márquez, un autor que definió la narrativa latinoamericana. En agosto nos vemos nos presenta a Gabo en toda su esencia, envuelto en el bochorno del Caribe que nos atrapa desde la primera página.

En agosto nos vemos se percibe como un esbozo de lo que pudo ser una gran novela, una obra inacabada pero no por ello carente de la poesía y el dominio del autor para retratar la complejidad de lo humano. La historia lleva la marca distintiva de García Márquez: la capacidad de sumergirnos en la profundidad de las emociones con una sutileza que pocos autores logran.

Ana Magdalena Bach, nuestra protagonista, realiza todos los años un viaje en un acto de devoción filial que, a medida que avanza la narración, se transforma en un ritual de autodescubrimiento. Cada 16 de agosto, a la misma hora, repite el viaje «con el mismo taxi y la misma florista, bajo el sol de fuego del mismo cementerio indigente, para poner un ramo de gladiolos frescos en la tumba de su madre». Como vemos, la visión del tiempo como algo cíclico, recurrente en la obra de García Márquez, está presente en En agosto nos vemos.

A través de la protagonista, el autor nos muestra que, aunque estamos atrapados en ciclos de repetición, siempre hay espacio para la ruptura y la búsqueda de un significado más profundo y personal. Como ella misma reflexiona, «le hicieron falta varios días para tomar conciencia de que los cambios no eran del mundo sino de ella misma que siempre anduvo por la vida sin mirarla». Este viaje, que comienza como un simple acto de recuerdo, se convierte en una búsqueda interna, donde Ana Magdalena se enfrenta a sus deseos reprimidos y conflictos personales.

La atmósfera sofocante de la isla no solo refleja el estado emocional de Ana Magdalena, sino que también acentúa la sensación de estar atrapada en un ciclo interminable de soledad e introspección. El calor abrasador, la humedad que se cuela en los huesos y la inmovilidad del entorno intensifican el sentimiento de estar atrapada en una vida que, aunque cíclica, ofrece posibilidades de redención. Es en este entorno donde Ana Magdalena se «sintió otra: nueva y capaz», un cambio que refleja su proceso de transformación.

La protagonista se inscribe en la rica tradición de personajes femeninos en la obra de Gabriel García Márquez. Desde la desafiante Sierva María en Del amor y otros demonios hasta la estoica Eréndira en La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y de su abuela desalmada, Gabo ha creado mujeres que, enfrentadas a sociedades patriarcales y opresivas, buscan su propio camino con una mezcla de resignación y resistencia.

En una sociedad contemporánea que busca empoderar a las mujeres, la historia de Ana Magdalena adquiere relevancia especial, pues refleja la lucha interna por reconciliar el deber con el deseo y la posibilidad de redención en un mundo que ofrece pocas salidas.

Sin embargo, aunque la obra se sostiene por sí misma, la inclusión de una carta de los hijos de García Márquez al inicio del libro y las imágenes de las correcciones del autor al final parecen más un intento de justificar la publicación que una contribución significativa a la experiencia de lectura. La carta, en particular, podría predisponer al lector antes de enfrentarse al texto, mientras que las imágenes de las correcciones, aunque interesantes desde una perspectiva académica, diluyen el impacto emocional del cierre del relato. Al final, estos elementos adicionales parecen innecesarios y restan protagonismo a la obra misma, que debería poder sostenerse sin justificaciones externas.

Es igualmente injusto comparar esta obra con gigantes como Cien años de soledad o El amor en los tiempos del cólera. En su lugar, En agosto nos vemos debe ser apreciada como un invaluable vistazo a la mente creativa de García Márquez en sus últimos años, valorándola por lo que es, y no por lo que no pudo ser.

 

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